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23 de septiembre de 1.928 - #Incendio Teatro Novedades en #Madrid

El Teatro Novedades, ardió la noche del 23 de septiembre de 1928, con un balance de 67 muertos y 200 heridos.

En el momento en que se inició el fuego se estaba representado la pieza El mejor del puerto. El decorado estaba formado por un telón que representa la ciudad de Sevilla y frente a él una pequeña embarcación con faroles de iluminación eléctrica. Eran las 20'50 horas cuando falló el entramado eléctrico –probablemente un cortocircuito– y se originó el fuego en el escenario desde uno de los farolillos que lo adornaban.

Ante el escenario en llamas, el público entró en pánico y salió huyendo hacia la salida del Teatro. La estampida se había iniciado antes desde los palcos, por lo que el tapón humano se formó irremisiblemente al intentar salir los espectadores del patio de butacas. Buena parte de las víctimas lo fueron a causa de la estampida humana. El elenco de actores sobrevivió al completo.

Son las nueve menos cinco minutos de la noche. Queda poco tiempo para que termine la representación. La escena muestra la cubierta de una goleta anclada en el río Guadalquivir, y al fondo una vista pintada en un gran telón que representa el Barrio de Triana de Sevilla, con una brillante iluminación. A bordo del barco se celebra una fiesta y con este motivo hay profusión de farolillos de verbena con bombillas eléctricas dentro y los empalmes necesarios para el paso de la corriente eléctrica.

De pronto, precisamente faltaban cinco minutos para que fuesen las 9 de la noche, el jefe de los tramoyistas advirtió que ardía la decoración y dio las órdenes oportunas para que quitasen las cuerdas. El jefe de la maquinaria y el director de la Compañía que estaban en el escenario, miraron a los farolillos y observaron que de uno de ellos salía una llama que prendió rápidamente en la decoración. Fue sin duda un cortocircuito. Uno de los tramoyistas dio la voz de "¡Fuego!". Se intentó arrojar al suelo la decoración incendiada para evitar que se propagase al "peine" del que penden las decoraciones, pero debido a lo grueso de las cuerdas tardaron un tiempo que las llamas aprovecharon para saltar hasta el techo del escenario. El decorado comenzó a arder y también el telón. Entonces, el público lo advirtió, especialmente al ver arder el telón. Una llamarada se proyectó hacia la sala al decir de los supervivientes que lo contarían después. El grito de ´¡Fuego! ¡Fuego!ª se generalizó, cundiendo el pánico, el peor enemigo de los siniestros y el público se precipitó en tropel, alocadamente hacia las puertas de salida.

El escenario era ya un horno. Todo lo que había en él, decorados, maderas, cuerdas, muebles, ardió en pocos minutos, transmitiéndose el fuego a las escaleras de madera y armazón de los telares para pasar a las vigas y de allí a la sala.

Aun el Director de la Orquesta, el Maestro Cayo Vela, tuvo la serenidad de pedir a los músicos que tocasen el pasodoble de Las Lagarteranas para tratar de calmar al público, pero todo fue inútil. El telón cayó en llamas sobre los miembros de la orquesta que tuvieron que ponerse en salvo como pudieron.

La corriente de aire y el tiro que se formó al abrir puertas y ventanas detrás del escenario y en la sala, avivó las llamas. Los espectadores estaban presenciando la última representación, el último acto del terrible espectáculo que ofrecía como final de traca el Teatro Novedades.

El fuego se propagaba ya por la sala avanzando por la embocadura del escenario a los palcos proscenios. Pronto las butacas eran parte de la hoguera, como las divisiones entre éstas, las vigas, el suelo de madera, el techo y toda la sala, comenzando los derrumbamientos parciales.

Los gritos de terror y dolor de las víctimas que se atropellaban sin piedad tratando de hallar la salida aumentaron al apagarse todas las luces del teatro. Sólo el fuego crepitante iluminaba en forma siniestra la escena.

Muchas personas se descolgaron de las localidades superiores al patio de butacas, deslizándose por las columnas hasta caer sobre los grupos de la gente que huía. Otros se arrojaron simplemente desde el anfiteatro cayendo sobre las butacas donde quedaron malheridos. La velocidad de propagación del fuego podría haber sido frenada si se hubiese puesto en marcha el telón metálico del que disponía el escenario, que al parecer estaba bien instalado y en buen estado de funcionamiento, pero el torno por medio del cual subía y bajaba, se hallaba en la parte anterior del escenario, cerca de la embocadura. Como el incendio empezó en una de las últimas decoraciones colgadas en la parte posterior del escenario que era donde se encontraban los tramoyistas, los operarios no pudieron pasar a la parte anterior para hacerlo funcionar.

El humo llenaba la sala produciendo la asfixia de los rezagados que caían al suelo víctimas de la acción del monóxido de carbono. Como se supo después, los espectadores de las localidades altas, fueron los primeros en advertir las señales del fuego y trataron de huir escaleras abajo. Cuando el público del patio de butacas intentaba salir por los pasillos laterales, se encontraron con un tapón de seres humanos que obstruía la salida. Los espectadores de palcos, anfiteatro y paraíso se habían anticipado en la huida y fueron los que impidieron el paso. Los primeros que pudieron salir por la puerta de la calle Santa Ana, trasera del teatro, fueron los actores, que aun vestidos para salir a escena pudieron salvarse todos. El primer actor D. Lino Rodríguez vestía de marino.

La lucha por sobrevivir dentro del teatro debió ser terrible. Refiere la prensa de aquellos días recogiendo las impresiones de los primeros testigos, que la insensatez, y el egoísmo de algunos, les empujó a la barbarie, señalando que aparecieron cadáveres con puñaladas en la espalda, lo que parecía indicar que algunos desalmados, al ver que no podían alcanzar la salida, porque los que estaban delante les obstruían el paso, no dudaron en apelar al crimen para salvar los obstáculos sacaron navajas y apuñalaron a los que estaban delante. Algo parecido ocurrió en el incendio del Bazar de la Charité de París, en que aparecieron cadáveres con heridas de balas de revólver. Sin embargo, más tarde los forenses desmentirían esta noticia. Todavía hubiese podido ser mayor el número de víctimas, si la entrada del patio de butacas hubiese estado completa, pero sólo había aquel día 10 filas completas, lo que impidió que la catástrofe fuese aún mayor.

La noticia circuló por Madrid como un reguero de pólvora. A la primera señal de alarma acudieron a sofocar el incendio todos los Parques de Bomberos disponibles en Madrid. Se logró reunir a 160 bomberos, incluso los que estaban fuera de servicio, que dirigido por los Hermanos Monasterio, Jefes del Cuerpo, comenzaron las labores de salvamento y extinción del fuego que comenzaba a propagarse a las casas vecinas.

En un instante aparecieron los miembros de la Cruz Roja, guardia civil y de seguridad, ambulancias y soldados del Regimiento de León y del Rey, de guarnición en Madrid quienes acordonaron la manzana, tratando de impedir que el público que comenzaba a aglomerares en los alrededores del siniestro intentara pasar al escenario de la tragedia, permitiendo así actual al personal de salvamento con mayor libertad. Era natural la angustia de aquellos que sabiendo que algún familiar había ido ese día al teatro, intentasen averiguar qué había podido sucederles.

Se habilitaron taxis como ambulancias. Apareció un camión militar cargado de mantas para los heridos. Las ambulancias no daban a basto transportando heridos y quemados que eran trasladados al Hospital Provincial o a las Casas de Socorro más cercanas donde inmediatamente el personal médico dispuso lo necesario para atenderles. Camiones del cuerpo de ingenieros militares comenzaron a llevar los primeros cadáveres que fueron extraídos del teatro al depósito judicial que entonces estaba situado en la calle de Santa Isabel, en la parte posterior de la Facultad de Medicina de San Carlos. Otros 8 camiones del Ayuntamiento llegaron con tanques de agua y mangueras para ayudar a los bomberos. Se pusieron reflectores para poder trabajar en la labor de desescombro que siguió. El incendio fue visible a mucha distancia. Creo que es uno de los primeros recuerdos que tengo de mi infancia. Tenía yo por entonces casi 6 años y medio y desde la terraza de nuestra casa de la calle de Medellín, 13 (barrio de Chamberí), un séptimo piso, aún recuerdo cómo mis padres miraban aterrorizados aquello que parecía un volcán. Serían las 9,30 de la noche y el cielo rojo por las llamas indicaba la magnitud de la catástrofe. Aquella terrible escena quedó muy grabada en mi cerebro infantil.

Muchos años después, uno de mis grandes maestros de la medicina legal y gran amigo, el Prof. D. Manuel Pérez de Petinto, Decano de los Médicos Forenses de España, me contaría que en aquellos mismos momentos regresaba aquella noche de domingo a Madrid por la carretera de la Coruña y desde allí pudo ver el terrible resplandor. Sería poco después del Dr. Pérez de Petinto, uno de los forenses que tuvo una destacada actuación en su trabajo profesional haciendo las autopsias de las víctimas.

Desde el Alto de los Leones, contaría más de un excursionista, se vio perfectamente el resplandor del incendio. Por aquel entonces no había en la capital ni la aglomeración de edificios en altura ni la contaminación atmosférica que solemos padecer en nuestros días y que hace la atmósfera casi irrespirable y opaca.

Los vecinos de Madrid, asomados en balcones y ventanas, veían desde sus domicilios desde Chamberí, Universidad y Centro la marcha del incendio, las llamas de gran altura y la negra columna de humo que se proyectaba contra el cielo.

El tránsito de la Plaza de la Cebada y sus alrededores era imposible. La afluencia de familiares y amigos de las víctimas y público curioso que nunca falta, estorbaban continuamene las labores de la evacuación de las víctimas.

Hubo que evacuar a los vecinos de la casa 4 de la calle de Sta. Ana, otra de la calle de Las Velas y otras dos más de la vecindad del teatro a las que se propagó el fuego y que quedaron destruidas. Los vecinos pudieron salvar la vida. Algunos tiraron por la ventana colchones y enseres, todo lo cual añadía mayor confusión al área siniestrada. A la 1,00 de la madrugada se había logrado extinguir el incendio.

El aspecto del viejo teatro era desolador.




Cuando las autoridades y los equipos de salvamento pudieron penetrar en las humeantes ruinas, pudieron ver el largo vestíbulo hasta la escalera de acceso a los primeros anfiteatros. El espectáculo era dantesco. El primer tramo de la escalera estaba materialmente taponado por un informe montón de cadáveres tendidos unos sobre otros. Y detrás de este montón había otro aún mayor y aun detrás se podían ver los cuerpos de más víctimas.

Según los informes dados por los testigos presenciales de aquellos días, algunos cadáveres aparecían asiendo fuertemente los cabellos de los que tenían delante o más próximos, otros aparecían fuertemente asidos a las barandillas laterales de la escalera y en los rostros, algunos no abrasados totalmente, se veía una expresión de angustia y terror. No pudieron en los primeros momentos los bomberos penetrar más hacia el interior porque el anfiteatro amenazaba hundirse. Fueron penetrando por la parte trasera de la calle de Santa Ana. Una de las pruebas de que el pánico fue la causa de tantas muertes, es que la escalera donde aparecieron muchos de los cadáveres estaba intacta y el fuego no la había casi afectado. En las ropas y piel de aquellos cadáveres no se apreciaban señales de fuego. En los pasillos y partes afectadas por el fuego, se veían cadáveres por todas partes, en el suelo, con el rostro desfigurado, brazos y piernas contorsionados en la actitud de púgil característica de quienes mueren abrasados.

El Juez de Guardia Sr. Rodrigo ordenó el levantamiento de los cadáveres que fueron saliendo envueltos en mantas y transportados por las ambulancias al Depósito Judicial donde llenos los frigoríficos, tuvieron que ser colocados en las habitaciones adyacentes y en los pasillos, hasta en el patio de entrada del depósito.

Según un testigo presencial, el origen de la aglomeración de cadáveres en la escalera trágica de acceso a los pisos superiores, que no fue pasto de las llamas, fue un individuo cojo que llevaba una muleta y que al pretender correr apresuradamente, cayó al suelo. La muleta quedó cruzada en la escalera y los que iban detrás tropezaron, cayendo unos sobre otros dando lugar a una serie de desgracias en cadena. Hubo casos aún más espantosos si cabe. Uno de los espectadores que vio cómo morían su esposa, su hermana, su cuñado y cuatro hijos víctimas de las llamas, no pudo resistir la desesperación y sacando un revólver que llevaba, se disparó un tiro en la cabeza. Unos gitanos que se hallaban en las localidades de paraíso, al ver el fuego se lanzaron al patio de butacas, quedando bajo los escombros. El electricista del teatro, para escapar del fuego, logró romper con los pies el piso del escenario, cayendo al foso, desde donde pudo salir a la calle por la puerta de escape.

Otra mujer consiguió escapar con sus dos hijos por el tejado de una casa vecina de la calle de Sta. Ana, y cuando estaba a punto de salvares, se hundió la techumbre y quedaron sepultados por los escombros.

Uno de los tramoyistas que había logrado ponerse a salvo en la calle se acordó de pronto que había dejado su chaqueta con 30 duros en el bolsillo, por lo que a pesar de las advertencias que se le hicieron, penetró de nuevo en el teatro por la parte trasera, muriendo carbonizado en el intento.

Se hallaron varios niños carbonizados. Algunas mujeres lograron salir en los primeros momentos con sus hijos en brazos gritando despavoridas, pudiendo salvarse.

Un hombre logró sacar a un niño vivo y llevarlo a la Casa de Socorro. Había sido pisoteado en la huida por la masa humana, pero aún vivía.

Hubo dos casos de personas que perdieron el juicio por la impresión de la tragedia.

También hubo casos de heroísmo, como el del acomodador Sr. Carrasco, que estaba en una de las puertas de salida y ayudó con gran serenidad a que salieran muchas personas, entre ellos mujeres y niños. Es increíble cómo los padres llevaban en aquellos tiempos a sus hijos al teatro, pero se decía ¿con quién los van a dejar? Las noticias de la prensa de aquellos días señalan que muchos niños quedaron abandonados a causa del tumulto. Una de las víctimas fue un joven que se encontraba con unos amigos presenciando la representación. En el entrecuadro que precedió al incendio, éstos decidieron salir a tomar un refresco. El joven no quiso ir con ellos, quedándose en su butaca. Murió carbonizado. En cambio uno de los espectadores se salvó por haber ido al W.C. Cuando quiso salir se lo impidió la masa de gente que huía, apretados unos contra otros. Por fuerza tuvo que quedarse dentro de los servicios. Al cabo de un rato salió por encima de un montón de escombros y de cadáveres y medio asfixiado por el humo logró llegar a la calle.

Un soldado que pasaba casualmente por la plaza de la Cebada en el momento que comenzó el incendio, logró entrar en el teatro y salivar a una niña de 5 años, cuyos padres la habían perdido en el tumulto. Algunos que pudieron salir o ser evacuados del interior del teatro con quemaduras, murieron más tarde en el Hospital Provincial a consecuencia de éstas.

Dos niñas pequeñas, hijas de uno de los tramoyistas que las había llevado al teatro se encontraban detrás del escenario cuando comenzó el incendio. Al ver el fuego se tiraron por una de las ventanas consiguiendo salvarse aunque con algunas magulladuras. Se veía entre los escombros gran número de zapatos de mujer, sombreros de paja, prendas desgarradas de hombre y de mujer. Se hallaron también dos machetes y dos pistolas, pertenecientes a guardias de seguridad, un sable de oficial del ejército y entre hierros retorcidos apareció el casco de un guardia municipal, con restos del cerebro y parte del cráneo dentro, todo machacado y quemado. Cuando las cuadrillas de trabajadores del Ayuntamiento y soldados lograron extraer los escombros siguieron apareciendo cadáveres carbonizados y aplastados por los derrumbes.

El arquitecto Sr. Anasagasti declaró a la prensa que él había instalado en algunos teatros como el Fontalba, telones metálicos que funcionaban eléctricamente con sus contrapesos como un ascensor y esto se hacía porque estaba demostrado que la mayoría de los incendios solían comenzar por el escenario. Así se lograba aislar éste del resto del teatro. Además recomendaba la instalación en los escenarios de una serie de tuberías con agua a presión. Cada tubo era como una regadera, con los orificios tapados con cera que se abrían automáticamente al derretirse ésta por el calor. Además las maderas y decorados debían bañarse con sustancias incombustibles. Y en cuanto al telón debía estar preparado para accionarlo de lejos por si las llamas no permitieran acercarse a él.

Las escaleras, siguió informando el Sr. Anasagasti son los sitios más peligrosos de los teatros, porque suelen tener poco acceso y en los casos de pánico no tiene por dónde extenderse el público, coincidiendo o confluyendo todos en el mismo punto que se transforma en un embudo. 

Fuente: Wikipedia.org y madridsingular.blogspot.com

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