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4 de septiembre de 1.987 - #Incendio en Almacenes Arias - #Madrid

El 4 de septiembre de 1987, desde casi todos los puntos de Madrid, pudo verse una gran columna de humo negro. El origen estaba en el corazón de la capital: los Saldos Arias, en el número 29 de la calle Montera.

Aquel viernes en la tienda trabajaban 65 empleados, de los 126 que componían la plantilla. Atendían a la clientela cuando se vio humo en una caja de ropa de la tercera planta. Avisados los bomberos, sofocaron en poco tiempo las primeras llamas. Pero el fuego es traidor, como saben los profesionales que lo combaten; poco después, ardía un cable en la cuarta planta, y los almacenes se convertían en una tea.

Hubo carreras, angustia y gritos, aunque en general las crónicas destacan que la evacuación fue ordenada. «Los responsables de los almacenes advertían que lo importante era salir del edificio, sin preocuparse por el dinero en las cajas», señalaban los periódicos del día. Algunos empleados tuvieron tiempo incluso para bajar al sótano segundo y cambiarse de ropa antes de salir.

La combustión de los materiales que se almacenaban en Saldos Arias provocó una intensa humareda que dificultaba la respiración en la zona. Las llamas crecían sin parar. Pese a trabajar con máscaras, muchos de los bomberos -hasta una treintena a medianoche- resultaron intoxicados.

El fuego se atacó por todos los medios: con mangueras cañón, desde las canastas de las escalas, desde la azotea de los edificios colindantes... Respirar se hacía difícil.

El ambiente

Comienzan a producirse escenas de histeria en el exterior, protagonizadas por personas que buscaban a sus familiares o acompañantes, mientras los almacenes son una jaula de fuego. Hay detonaciones cada rato y enormes bloques de cristal y cemento se desprenden de la fachada. Los huéspedes del hotel Montesol, también evacuado, chapotean con sus maletas entre los ríos de agua que bajan por Montera en dirección a Sol. El fuego va cediendo.

El desplome

Hacia las tres menos cuarto de la mañana, el incendio parecía extinguido. De repente, uno de los sótanos se hunde y arrastra en la caída a los forjados de la parte central del inmueble, muy debilitados por la acción del fuego. El desplome deja atrapados a varios bomberos.

En los primeros momentos, fue difícil concretar cuántos eran los afectados: se sabía quiénes estaban de servicio, pero no los que se habían presentado voluntarios pese a estar en su día libre.

Lucha contra el reloj

Desde ese momento, comenzó una carrera contrarreloj para intentar rescatar con vida de entre las toneladas de escombros a los hombres atrapados.Algunos periodistas que vivieron a pie de calle aquella larga noche la recuerdan como «una espera agónica».

Desde la madrugada del sábado, todas las fuerzas se unen con el mismo fin. Los cascotes se retiran, primero a mano, formando cadenas humanas. No se quiere introducir maquinaria para evitar nuevos desplomes. Al final, se ayudan de una cinta transportadora.

La angustia de las familias de los bomberos va en aumento: esperan en la calle noticias, casi sin atreverse a la esperanza. Otra nota de la crónica del día: «Alguien asegura que ha escuchado gemidos. Se pide silencio. Callan los motores de los vehículos, la escena es sobrecogedora. La mujer de uno de los bomberos sepultados grita que su marido está muerto... Se reanudan los trabajos».

Muchas historias se escribieron esa noche. La de los empleados de la cafetería Lucky, frente al edificio siniestrado, que permaneció toda la noche abierta: distribuyeron gratis 300 litros de leche y centenares de bocadillos. O la de las decenas de bomberos exhaustos que, tras 20 horas de trabajo, se negaban a ser relevados.

La tardanza en recuperar a los sepultados disparó la tensión. A media tarde, hubo que derribar una torreta porque hacía peligrar la entrada en el edificio. La primera explosión fue fallida. Muchos bomberos pedían, impacientes, entrar de inmediato por sus compañeros. Dos nuevas explosiones eliminaron el obstáculo y el rescate pudo continuar.

El desenlace

A las doce menos diez de la noche del sábado apareció el cadáver del primer bombero: Armando Juárez Dado, 33 años. Quince minutos más tarde, el de su compañero Miguel Azuera, 31 años. En total, dos oficiales, un cabo y siete bomberos perdieron la vida en el siniestro: los dos ya señalados y Juan Antonio Escalera, 26 años, soltero, del parque de Dirección (central); Francisco Madueño Suárez, 34 años y dos hijos, cordobés, del parque del Barrio del Pilar; Julio Honrubio Barona, 37 años, casado; Manuel García Martín, 33 años, casado, del parque del Pilar; Ángel González Soto, 33 años, del parque de San Blas; Juan José Gómez Mago, 28 años, soltero, del parque del Pilar; Manuel Molina Río, de 36 años, casado, dos hijos, del parque de Santa María de la Cabeza; Francisco Javier Plaza Castilla, 36 años, casado con hijos, del parque del Pilar.

El precedente de 1964

Los Almacenes Arias ya habían sufrido previamente otro espectacular incendio, en 1964. El 21 de enero de ese año, en el mismo número de la calle Montera, los almacenes quedaron completamente destruidos en el que fue uno de los fuegos de mayores proporciones registrados en Madrid desde la Guerra Civil. No hubo víctimas, pero ardieron las cinco plantas y dos sótanos del inmueble. Hubo que reconstruirlo todo, salvo la estructura metálica.

Tras el segundo incendio, el de 1987, el edificio se derribó. En la nueva fachada del que le sustituyó, se colocó una placa, homenaje del pueblo de Madrid a los bomberos que perdieron la vida.

Fuente: www.abc.es y estrelladigital.es

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